domingo, 15 de abril de 2007

DESTINO DE CERRAJERO


-Manuel, tú eres la persona ideal para participar en el concurso de la tele. Vamos, anímate que hay mucho dinero en juego. El millón de euros puede ser tuyo, me decían todos al verme desempeñarme con destreza en mi oficio de toda la vida. Luego de 20 años trabajando como cerrajero, lo conocía todo sobre llavines y candados. Aquella era mi gran pasión.
Nadie lo sabía, pero hasta me había dado el lujo de poner en la puerta de mi casa un sofisticado llavín, uno de esos para expertos, uno de esos que aterrorizaban a los ladrones más hábiles. A veces hasta la mismísima Policía se acercaba a mi establecimiento para pedirme ayuda en algunos casos de hurtos y robos con fuerza.Pero la tele no era para personas como yo. Así que seguramente más de uno se asombraría al verme concursando aquella noche.
Prueba tras prueba el grupo inicial de concursantes se fue diezmando, y una hora después ya estaba en la gran final. Sólo me quedaba un candado por abrir, uno de los modelos más difíciles, uno poco usual, pero no me resultaba del todo desconocido. Me dieron veinte segundos y un buen manojo de llaves. Por fin dijeron: ¡Tiempo!
Mis manos repasaban veloces las llaves. Sabía bien cuáles de ellas serían inservibles y cuáles, las posibles candidatas. Estaba tenso y sudaba como si aquellos focos fueran auténticos soles del desierto. El tiempo corría imparable, se me escurría entre las manos sudorosas. Probaba una vez y otra vez, con una llave y con otra.
El público seguía con la mirada mis movimientos, mi cara de tensión, mi angustia, mi millón de euros en la cuerda floja, y al final, la gran decepción. El tiempo se había terminado.
Salí de aquel lugar triste, abatido, ridiculizado. Mi cabeza quería estallar. Llegué a casa. Necesitaba dormir. Saqué del bolsillo mi juego de llaves, intenté abrir la puerta, pero increíblemente no podía hacerlo. Las manos me temblaban. Lo intenté una y otra vez, pero nada. El maldito llavín para especialistas. Desistí de hacerlo. En aquellas condiciones me había vuelto incapaz de abrir un candado o una cerradura.
Necesitaba dormir, poner fin a aquel día funesto en el que todo me salía mal. Me fui a un motel de mala muerte. Me acerqué a la barra para beber una cerveza y matar el calor. Muy pronto se me acercó una chica vestida con ropas provocativas. Era una prostituta que ejercía en aquel lugar. Me miró fijamente y sonrió. Le pedí algo de beber como es la costumbre en estos casos. Ella buscó con su mano mi entrepierna, frotó y consiguió su objetivo. Me invitó a subir a su habitación y yo necesitaba una cama.
No tengo que decirles quién abrió la puerta. Rápidamente me quité la ropa y me lancé entre las sábanas como quien se lanza al mar. Ella puso música y empezó a desnudarse lentamente, como en una danza ritual. No estaba mal. Había conseguido excitarme con sus movimientos sensuales de caderas. De pronto la escena erótica se tornó para mí en una pesadilla.
-¿Eres el de la tele, verdad?, dijo la chica mostrándome un juego de llaves. Pues espero sepas usarlas. Me he puesto un cinturón de castidad.


TADEO

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