viernes, 13 de febrero de 2009

HOY VINO A VERME EL ABUELO


HOY VINO A VERME EL ABUELO

Era yo apenas un niño de 8 años cuando lloré delante de mis compañeros de clase por primera vez. Aquel día, al llegar al colegio, todos se me acercaron extrañados y me preguntaron:
-Tadeo, ¿por qué no viniste ayer? ¿Estabas enfermo?
Y yo, con la voz entrecortada respondí que no, que no había asistido a clases porque mi abuelo había muerto.

Tenía un nudo en la garganta y mis lágrimas comenzaron a salir sin mi autorización, y por más que intenté evitarlo no pude. Entonces mi maestra le dijo a los demás, que me dejaran tranquilo, y ella me abrazó y me dijo que no llorara más.

Desde el mismo día de mi nacimiento, mi abuelo materno y yo estuvimos muy unidos. Era el día de su cumpleaños cuando yo llegué, y por tanto, me pusieron su mismo nombre. Tengo tantos recuerdos de él que podría contarles.

Mi abuelo era una persona de muy buen humor. Como era músico y tocaba en la banda municipal, todos le decían “El Cabo”, porque decían que vestido con aquel uniforme casi militar, parecía un cabo del ejército.

Tenía muy buen carácter, y a pesar de sus ochenta años, recuerdo que tenía algo juvenil en su alma. Mi abuela se pasaba la vida hablando cosas malas de él, que si había tenido muchas amantes, cosas así. Incluso, que había tenido mal gusto para escogerlas. Sin embargo, el día que murió, la vi llorarlo amargamente.

A veces dormía con él. Recuerdo el olor especial de sus sábanas y la suavidad de su cama. Recuerdo cómo me gustaba abrir su armario y rebuscar en sus gavetas para luego preguntarle por cuanta cosa tenía allí guardada. Cada objeto daba pie a una anécdota.

Entre los muchos objetos que atesoraba en su cuarto, estaba un violín que dijo haberme comprado, pues soñaba con que su nieto siguiera la estela musical de la familia. Sólo que no contaba con la oposición de mi padre que nunca vio con buenos ojos para mí la carrera de violinista. Mi padre quería que yo estudiara una carrera en la universidad, una de las normales: medicina, derecho, ingeniería, etc. Y como desde pequeño destaqué en los estudios, mi padre dijo que era mejor que me olvidara de la música, al menos para dedicarme a ella profesionalmente.

Recuerdo que para templarme la leche del desayuno, la hacía pasar de un jarro a otro. Era un ritual diario que me gustaba verle hacer. Lo curioso es que yo no sabía que lo hacía para que la leche dejara de estar caliente. Yo pensaba que lo hacía simplemente para que tuviera espuma. Nunca le dije nada, pero decía para mis adentros: “No sé por qué abuelo pasa ese trabajo haciendo que la leche haga espuma, si yo me la beberé de todos modos”.

Él se preparaba su cena ya tarde en la noche, cuando todos habíamos cenado ya. Sin embargo, parece que se sentía un poco solo, y empezó a coger la costumbre de despertarme para que le acompañara. Así conversábamos e incluso, empecé yo a probar de sus guisos. Todo terminó una madrugada en que empecé a convulsionar en mi cama, y en la casa lo achacaron a aquellas comidas a deshora.

Los fines de semana me llevaba a la iglesia católica. Me llevaba ante el Cristo de la Veracruz, el santo patrón de la ciudad, y allí me hacía rezar un Padre Nuestro. Luego me daba dinero para echar en las alcancías de cada santo, y finalmente se sentaba él en el pórtico a conversar con sus amigos, todos ancianos como él. Yo me sentaba a escuchar aquellas conversaciones y luego de camino a casa, le preguntaba sobre todo lo que había escuchado y no había entendido.

Recuerdo su ritual a la hora de afeitarse, las poesías que me enseñaba, las historias que me contaba sobre sus padres, hermanos, sobre ese tiempo viejo que él vivió y que yo no alcancé a conocer. Recuerdo que era quien ponía inyecciones en mi casa. Tenía material para hacerlo, y lo vi inyectar a más de uno de la familia. A mí nunca me clavó una aguja, seguramente porque chillaba mucho, así que siempre me llevaba con un amigo suyo enfermero.

Y claro está, el recuerdo infausto de aquella tarde en que vinieron a mi casa a decir que habían atropellado a un anciano en el andén de la estación de autobuses, y que se pensaba que era El Cabo Zerquera. Todos en mi casa corrieron a ver si era cierto, y efectivamente, las peores sospechas se confirmaron.

Me recuerdo a mí mismo en una habitación de mi casa y en el aire las voces de varias mujeres rezando el rosario. De tanto escucharlo me lo aprendí de memoria.

Hoy, viernes 13, por alguna razón he visto aquí en mi casa de España la imagen sonriente de mi abuelo. Yo sé por qué ha venido, pero esos son cosas que sólo sabemos él y yo y que no hace falta comentar. Verlo me ha llevado a escribirle estas palabras como recordatorio, para que sepa que siempre sigue viviendo a nuestro lado y que lo seguimos queriendo como cuando nos acompañaba con sus bromas o tocando aquel violín que me compró, a pesar de no conocer para nada dicho instrumento.

Un día le pregunté:
-Abuelo, por qué tocas el violín, si no sabes tocarlo”
Y él respondió:
-Sólo aprendí a tocar la trompeta, pero como ya no tengo dientes, ni pulmones para soplarla, me entretengo al menos tocando este violín que siempre soñé vértelo tocar a ti y que no ha podido ser.

TADEO

jueves, 5 de febrero de 2009

AMORES DE CINCO MINUTOS


AMORES DE CINCO MINUTOS

Anoche descubrí la magia de lo eterno en una canción del mítico cantautor chileno Víctor Jara. Se trata de ese clásico de su autoría titulado TE RECUERDO AMANDA .

No era la primera vez que escuchaba esta canción, pero ayer descubrí que no la había interiorizado como era debido, que me había quedado sólo con lo menos importante de la canción, mientras que esos versos sublimes y filosóficos que la hacen grande, no me habían tocado el corazón como me pasó anoche.

La vida es eterna en cinco minutos, este es el mensaje y la magia que encierra esta joya musical. Ayer he comprendido escuchando las muchas versiones que hay en la red sobre este mismo tema, que el tiempo puede ser tan relativo cuando del amor se trata.

Ayer comprendí que los amores eternos pueden transcurrir en cinco minutos, que sólo se necesitan cinco minutos para tocar a las puertas de la eternidad cuando uno se atreve a amar de verdad.

(Para ver el vídeo de la canción pinche AQUÍ)

TADEO