jueves, 5 de abril de 2007

PEZ PELEADOR


Barakaldo, 1 de febrero de 2004.

Amada mía:
Dueña mía:

Escribo estas palabras para decirte simplemente que te amo. Sé que no me lo vas a creer. Nadie me cree, ni siquiera mis amigos más íntimos. Yo les digo que sí, que es amor lo que siento y que no dejaré que muera nunca dentro de mí este sentimiento que me hace andar como nadando por la vida. Yo les digo que es sencillamente cuestión de agallas, ya entenderás por qué.

Vivo cerca de ti y a la vez muy lejos. Desde los cristales del aposento en el que vivo te observo día a día, minuto a minuto. Descuida, no soy un vecino indiscreto que te espía con sus prismáticos. Vivo en tu misma casa, tu mundo es de alguna manera el mío. Soy ni más ni menos el pez peleador de tu pecera.

Llegué a ti el día que me compraste casi recién nacido en aquella tienda de peces. Desde ese día mi vida ha sido nadar para ti, moverme con gracia entre las olas inexistentes de una pecera que miras como quien escucha un disco largamente repasado. Yo sin embargo, siento latir mi corazón de pez enamorado cada vez que te inclinas junto a mis aguas dejando ver la insinuación de tus pechos hermosos. Mis ojos no pueden dejar de mirarte y mis aletas se estremecen y se ponen tensas, y mis gestos en el agua son nerviosos y raros. Todos los peces me lo notan, no lo puedo ocultar. Al principio lo negaba, pero ya todos los vecinos de esta pecera saben que es amor, que soy un pez enloquecido por el amor de su dueña humana.

No me preguntes cómo nació y germinó dentro de mí este sentimiento abrazador. Mis compañeros de pecera dicen que soy un inmaduro y un irresponsable, que debo poner en mi corazón a una hembra de mi especie, que me olvide de las historias de sirenas, que todo es pura invención de los escritores, historias para entretener a los niños, pura fantasía. Tal vez sea cierto, pero a estas alturas de mi vida, sólo siento ante mí las olas de esta pasión irrefrenable que me une a ti sin más remedio que seguir aleteando hacia delante hasta las últimas consecuencias.

Quiero decirte ahora que me miras con ojos amorosos, ahora que me confías en silencio los secretos de esa soledad que sientes, que yo también me siento solo y que a la vez que procuras, mirando los colores de mi cuerpo, olvidar tu soledad, yo también busco entre las curvas de tu cuerpo, en la miel de tus ojos, en el sonido suave de tu respiración pulmonar un poco de aliento y un motivo para vivir. Quiero que sepas que tu compañía es para mí la compañía con mayúsculas, la única que deseo. Debes creerle a esa amiga tuya que siempre te dice que el amor puede estar delante de tus narices, al doblar de la esquina, donde menos te lo esperas, porque así es.

No me tomo a mal tus olvidos dejándome semanas sin comer. Dicen que el amor quita el apetito. Yo sé que es verdad. Otros peces se quejan, pues de todo tiene que haber en este mundo nuestro, pero no te preocupes, aquí me tienes a mí para defenderte de quienes no te quieren bien.

Sabes, el otro día mientras llenabas con tu cuerpo aquel minúsculo bikini verde azulado, momentos antes de marcharte a la playa, me hiciste soñar despierto. En mi sueño me pedías que te enseñara a nadar. Llevo días soñando que nos vamos juntos a mar abierto y que me besas bajo las aguas hasta agotar tu respiración. Fue este mismo sueño el que me llevó luego a concebir en mi mente aquella idea arriesgada que todos tomaron por suicida.

Una tarde, aprovechando que cambiabas el agua a la pecera, salté desde ella al suelo ante tus ojos asustados. Reduje mi vida a 8 segundos escasos de respiración. Puse mi vida en peligro por ti, por nuestro amor, por tenerte cerca. No me importó morir. En aquel momento sólo tenía claro que necesitaba sentir el roce de tus manos. No sé, necesitaba saber que mi vida tenía alguna importancia para ti. No sabes cómo disfruté el calor de tus manos, tu voz entrecortada, el susto que te dio la posibilidad de mi muerte. Fue realmente hermoso. Puse en peligro mi vida para recibir mi deseada recompensa. Así entiendo yo el amor, hay que darlo todo por lo que se quiere.

El gato lo sabe todo, lo sospechó todo desde el principio. Por eso somos enemigos irreconciliables. Él odia el amor que ve en mis ojos y yo lo odio a él con tanta o más fuerza. Está celoso y pretende hacerte suyo. Por eso anda siempre tras de ti como una sombra con su patético ronroneo. Yo, desde mi trinchera de agua y cristales, lo reto a muerte mostrándole bajo mi piel la mayor de mis espinas. Él, por su parte, sueña cada día con devorarme de una vez, más por celos que por su natural instinto depredador.

Te agradezco el alimento especial para peces que nos compraste por Navidad. Tiene buen sabor y es realmente nutritivo. Lo siento en la fortaleza renovada de mi amor por ti. Te necesito como al agua que respiro. No me olvides. Te amará siempre, tu:

Pez Peleador.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola! muy linda tu carta, me dejo conmovida, yo tengo varios bettas y cria tambien y son muy importante para mi, trato de darle el maximo cuidado y con tu carta me doy cuenta que ellos recibe mi cariño al igual que yo el de ellos. si tiene correo escribeme gariela_13@hotmail.com

JOSÉ TADEO TÁPANES ZERQUERA dijo...

Gracias, Gariela por tu comentario. Siento haberlo encontrado tan tarde. Un abrazo:
Tadeo