jueves, 5 de abril de 2007

AMANDO A SILVIO RODRÍGUEZ




-¿Te molesta mi amor?, pregunté aquella noche a mi chica, mientras en el escenario Silvio Rodríguez, inundaba la noche antillana con sus inmortales melodías. Yo estaba celoso del más grande de los trovadores cubanos y ella lo sabía, pero jamás le dio importancia. Decía con descaro, que quería tener un hijo con él, y esas cosas caen pesadas en el alma de un adolescente de 17 años.
Aún así, aceptaba yo a regañadientes aquel amor compartido que surgió, ironías de la vida, gracias al mismísimo Silvio.
Alicia y yo nos conocimos de manera fortuita en la biblioteca de la Universidad. Aquel día no se fijó ella en mí, más bien lo hizo en la foto de Silvio Rodríguez que usaba yo para adornar mi carné de identidad. Era una foto rara del cantautor. Alicia se acercó a mi mesa y me dijo, toda sorprendida:
-¿Te gusta Silvio Rodríguez?
-Mucho, le respondí.
Ella, sin poder contener la emoción, sacó su D.N.I. y, bendita casualidad, traía en él, aquella misma foto. Fue una premonición y no la dejamos escapar. Terminamos siendo novios, un noviazgo de tres personas: ella, Silvio Rodríguez y yo.
Más allá de estas historias de amor y celos con el dueño del unicornio azul, nadie puede negar que buena parte de la juventud cubana nacida con la Revolución, le debe a Silvio y a sus compañeros de música, el haber crecido en medio de un ambiente musical envidiable, escuchando textos repletos de calidad y de talento, llenando nuestras mentes del gusto por el cultivo del intelecto, y nuestras almas, de un mundo lleno de magia y de poesía.
Silvio, y el movimiento de la Nueva Trova, puso una voz genuina a esa nueva Cuba que todo su pueblo construía y construye aún, y de la cual, la juventud, esa juventud nacida y formada en el espíritu de las ideas socialistas, es sin dudas, su obra más valiosa.
Los músicos cubanos, y en especial los trovadores, con Silvio Rodríguez a la cabeza, tuvieron la suerte inmensa de poder crear en un país libre de esas trabas, que en muchos otros sitios maniatan y ahogan en buena medida el acto creativo.
Ahí está su música, y su público incondicional disperso por toda la geografía terrestre, agradecidos y encantados con su arte, dichosos de haber podido disfrutar de ese universo que él creó y puso al servicio de todos.
Silvio Rodríguez Domínguez nació el 29 de noviembre de 1946, en San Antonio de los Baños, actual Provincia Habana, en un hogar humilde. Él mismo se encargó de decirnos en una canción que él es de donde hay un río, de la punta de una loma, de familia con aroma a tierra, tabaco y frío, y así lo hemos archivado sin reparos en nuestra memoria.
Hijo de Víctor Dagoberto Rodríguez, campesino tabacalero, y de Argelia Domínguez León, peluquera y gran amante de la música, de la cual, al parecer, el pequeño Silvio bebió el gusto por la música. De los labios de su madre escuchó por primera vez todas esas canciones memorables que forman parte del patrimonio de la canción cubana, tanto danzones, como boleros, como canciones de esa trova cubana, de la cual Silvio y el resto de los troveros de su generación se convirtieron en sus más genuinos continuadores.
El 4 de marzo de 1964, fue llamado al Servicio Militar Obligatorio. Tenía entonces 17 años. En el ejército se compró su primera guitarra y de la mano de su amigo Esteban Baños, aprendió muchos de los secretos de este instrumento. A partir de entonces nacería su amor por ella, de la cual no se desprendería jamás.
En junio de 1967 se licenció del ejército, y un mes después ya estaba ofreciendo su primer recital en el Museo de Bellas Artes de la Habana, y el 18 de febrero de 1968, junto a Pablo Milanés y Noel Nicola, dieron otro, considerado histórico, pues se tiene como el punto de partida de lo que hoy conocemos como el Movimiento de la Nueva Trova Cubana.

Siendo yo un adolescente, los fans de Silvio conformábamos una suerte de sociedades secretas en la cual la entrada estaba restringida a aquellos cuyas almas estuvieran capacitadas para percibir lo excepcional en aquellas canciones.
Las silviófilas, adolescentes que amaban y admiraban a Silvio, eran chicas adorables, cultas, sensibles y por lo general hermosas. Al menos así nos parecían a los pocos chicos forofos de la literatura y el arte, que por entonces pasábamos de las discotecas y preferíamos asaltar por sorpresa aquellas reuniones melódicas donde se escuchaba y se estudiaba con avidez su producción musical.
El 29 de noviembre de cada año, realizaban una gran fiesta para celebrarle el cumpleaños, no importaba que Silvio no estuviera presente. Allí, aparte de escuchar su música, escuchaban las anécdotas de aquellos que tenían información de primera mano relacionadas con el cantautor. Historias tales como la de uno muchacho que consiguió que Violeta, la hija mayor del cantante, lo llevara a vivir a su casa durante 15 días. Dicen que Silvio, después de algún tiempo de verlo sentado a su mesa, le preguntó:
¿Y tú quién eres, que siempre te veo comiendo con nosotros?
A esos sitios llegué yo muchas veces, atraído por algunas de esas chicas misteriosas, y por tanto irresistibles. Previamente había tenido que estudiar cada letra, cada acorde, de la obra de Silvio(más de 600 canciones) para demostrar que no estaba allí por ellas, sino por el “mesías” de la trova que ellas adoraban. Sólo entonces, podía tener alguna posibilidad de cortejarlas, sabiendo siempre que se trataba de un amor compartido con el autor de El viento eres tú, y Mariposas.
Aquella noche del concierto, después de esperar durante horas pegado al escenario, para que Alicia pudiera disfrutar de cerca la visión de su amado trovador, y gritara eufórica al verlo salir al escenario, algo se resintió en mi interior. Entonces tomé prestadas unas palabras del propio Silvio Rodríguez, para decirle lloroso:
¿Por qué tú sigues, di,
matando este amor que hoy dejas?
TADEO

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